Cultura Emprendedora.
Tradición y Actualidad
Por: Dra. María Elvira Buelna Serrano[*]
Mtro. Santiago Ávila Sandoval[**]
Introducción
Este ensayo consta de tres apartados. En el primero se
expone algunas referencias históricas ligadas a la cultura y al concepto de
emprendedores. En el segundo se hace una referencia a las condiciones en que se
ha desarrollado el tomador de decisiones económicas en la historia de México.
En el tercero se abordan algunos puntos sobre cómo puede impulsarse la
industria cultural aplicando algunas de sus ideas al caso de la economía del
turismo.
1. Cultura y Emprendedores
Cultura
Guillermo Bonfil Batalla define a la cultura como “el
conjunto de símbolos, valores, actitudes, habilidades, conocimientos,
significados, formas de comunicación y organización sociales, y bienes
materiales que hacen posible la vida de una sociedad determinada y le permiten
transformarse y reproducirse como tal, de una generación a la siguiente”.
A pesar de su amplitud, esta definición es interesante
porque muestra los tres elementos de una función: el objeto determinado que es
la vida en sociedad, incluyendo su transformación y los elementos que conllevan
a ello; las variables independientes que son las formas de comunicación y de
organización social y económica, conjuntadas por la estructura institucional,
el estado de las artes y la ciencia; y la función, es decir, la regla que interrelaciona
lo determinado y lo determinante: la cultura, porque ella amalgama símbolos,
valores, actitudes y habilidades técnicas y científicas que mueven la acción
humana hacia un fin. Es así, una definición integradora.
De acuerdo con nuestra definición, forma cultura todo acto
social, pero como tal es expresable sólo aquel que se convierte en código de
conducta y que conforma un sistema de comunicación simbólico, crea identidad y
da cohesión a un grupo o una sociedad determinada. Los códigos son resultado de
un lenguaje común, una forma de concebir y compartir la idea del mundo y una
manera de enfrentarlo. Todo ello determina patrones de conducta donde las
manifestaciones individuales y sociales adquieren significado. Como
manifestación holista, la cultura envuelve comportamientos y crea sistemas de
comunicación donde el idioma, las manifestaciones artísticas, las actitudes del
poder y ante el poder, los gustos y los prejuicios se adquieren de manera
inconsciente.
En correspondencia con nuestra definición, el humano como
especie es un hacedor de cultura; todos sus testimonios son cultura. Ésta es la
expresión de la cosmovisión que genera una determinada sociedad en un tiempo y
lugar específicos, y se ha fundamentado en ciertas ocasiones en el mito, en otras,
en la fe o la creencia, en otras más, en la razón o la ciencia. Ninguna de
ellas es excluyente, porque en la colectividad coexisten las manifestaciones de
carácter racional con las del sentido mágico de la existencia. Así, encontramos
desde la antigüedad remota que lo mismo crearon cultura quienes contemplaban
los astros para establecer sistemas complejos de predicción de los fenómenos
naturales, o para configurar calendarios y formas precisas para medir el
tiempo, que quienes lo hacían para predecir el destino de los humanos, de
hecho, no existía una diferenciación entre astronomía y astrología; o bien, en
la Grecia Clásica, donde tanto las sibilas como los filósofos produjeron
cultura, porque la importancia de Delfos era tanta, o más, que la de la Academia
de Platón o el Liceo de Aristóteles.
Historia y Emprendedores
Emprender significa iniciar, explorar, promover, organizar,
tomar riesgo. Los humanos en general son una especie emprendedora, porque en el
transcurso de su existencia han generado patrones de conducta relacionados con
la innovación. Observamos este hecho desde el mismo tránsito de la prehistoria
a la historia de la humanidad, la cual implicó seguramente la existencia de
seres capaces de explorar y organizar, hombres incógnitos, emprendedores
primitivos capaces de tomar riesgos y sostener iniciativas que contribuyeron a
mejorar la vida de la humanidad: son ellos los que crearon instrumentos de
caza: el hacha de mano, la lanza, vestimenta, descubrieron el fuego, la
agricultura, la cocción del barro, construyeron viviendas, inventaron la
escritura y con ello, la historia; en fin, inventaron la especialización social
y la ciudad.
Aunque existan manifestaciones culturales en el medio rural,
su cultura realza la costumbre, y, por consiguiente, este entorno no es propio
para el cambio. Las ciudades son donde las formas de organización social hacen
prevalecer el intercambio de ideas y la creatividad, las ciudades son el sitio
donde la innovación se hace característica[2].
Los espacios urbanos fueron dominantes por primera vez en
las sociedades del neolítico establecidas en Mesopotamia, es decir, la parte
occidental de la masa euroasiática ubicada entre los ríos Éufrates y Tigris.
Esta zona llena de urbanidad fue el laboratorio de la producción urbana de la
humanidad occidental. En ella se inventaron todo tipo de utensilios, se
cristalizó una fase dinámica de avances y conflictos que configuraron su
esencia [3]. Ahí se dio un proceso de creación que fue producto de la actividad
emprendedora del individuo, aunque tenemos pocos conocimientos de ello, ahí se
inventó la escritura, las matemáticas, la astronomía, se consolidó la
agricultura; de ahí proviene la cerámica, el ladrillo y el arte de la
construcción; todo ello resultado de un pueblo o conjunto de pueblos
emprendedores.
Babilonia
Reconstrucción ideal del Palacio de Nimrud en Babilonia, con
el zigurat al fondo, en una pintura del siglo XIX, obra del artista británico
James Fergusson.
Después fue en ciudades como Atenas donde la libertad se
constituyó en un ejercicio de cultura y destacaron los emprendedores de la
ciencia y la filosofía, pensadores que nos heredaron su saber desde los tiempos
de Sócrates hasta los de Hypatia, emprendedores que nos legaron el conocimiento
como objetivo humano y una hermosa biblioteca como centro de la vida
intelectual, la biblioteca de Alejandría.
En la Edad Media los emprendedores fueron de tipo religioso
en su primera fase y de tipo militar y mágico hacia su final. Durante ella la
creencia y la fe fueron la base de las prácticas sociales, la organización
social a partir de la ciudad fue relegada. En lo general, en ese período la
iniciativa individual era escasa, los emprendedores de tipo civil no eran bien
recibidos y eran pocos; hacia el final de la misma, fueron los italianos
quienes que se arriesgaron a atravesar Eurasia y penetraron en el Imperio Chino
en busca de comercio [4]. Sin embargo, la acumulación de riqueza tenía un grupo
especializado en ello, los judíos, quienes hicieron del ahorro y la inversión
un oficio para obtener dividendos, en su éxito se encontró otro motivo para
justificar su marginación. Asimismo, otro tipo de emprendedores fueron los
alquimistas, quienes conjuntaron la magia y la ciencia con el objetivo de
encontrar la piedra filosofal, la substancia que contuviera en sí misma los
cuatro elementos y poseyera las propiedades necesarias para transmutar
cualquier metal en oro, que fuera elixir de la vida, que curara enfermedades y
lograra la inmortalidad, y por increíble que parezca, está búsqueda dio como
resultado el descubrimiento de los fundamentos de la química.
Esta situación cambió en el siglo XV, cuando Bizancio cedió
ante el avance musulmán en el oriente europeo, y en el occidente fueron
derrotados en la Península Ibérica, una serie de emprendedores indagaron rutas
comerciales alternas que rompieran el bloqueo otomano de la ruta de la seda.
Esta búsqueda transformó al mundo. Emprendedores como Enrique el Navegante
traspasaron el Estrecho de Gibraltar e iniciaron la exploración de las vías
marítimas hacia el Oriente[5]. Este fue el comienzo de los grandes
descubrimientos geográficos que permitieron a marinos italianos, portugueses y
españoles darle la vuelta al planeta. Estas iniciativas transformaron al mundo
entre 1450 y 1800, es decir, entre el Renacimiento y la Ilustración, por eso
este fue un periodo caracterizado por grandes emprendedores.
Emprendedores y cultura moderna
En este periodo los océanos fueron conquistados, el comercio
alcanzó un volumen y una dimensión geográfica nunca antes logrados. El aumento
del intercambio comercial motivó fuertes oleadas de emigración de Europa al
resto del mundo, y hubo un conjunto de emprendedores: exploradores,
conquistadores, nuevos religiosos, gente que se arriesgó a establecer formas de
vida guiadas por la utopía o por la ganancia. Estos emprendedores modificaron
la vida entera del planeta: globalizaron su economía.
Las ciudades fueron nuevamente los sitios en donde los
emprendedores civiles encontraron un nicho para sus actividades, los libertos
urbanos, alejados de los dominios territoriales, generaron sistemas que se
basaban en la producción para el intercambio a pesar de las excesivas
reglamentaciones y de su carácter corporativo, pero también se apoyaron en
sistemas de conocimiento donde la razón, no la creencia, ganó la batalla. Así,
desde el origen de la Época Moderna, cuando la organización social se fincó de
nuevo en la razón y el entendimiento, se creó una nueva cultura que aceptó como
valor el progreso material de la humanidad.
La razón se difundió a partir del siglo XVIII como principio
explicativo de todo: de la naturaleza, de la religión y del propio hombre. La
creencia fue sustituida por la ciencia, la ganancia dejó de ser pecado, los
préstamos a futuro y a distancia se desarrollaron sentando las bases de un
mercado financiero internacional, los sistemas comerciales florecieron, primero
bajo la acción emprendedora protegida por los reinos, luego, como expresión
privada. La vida toda, determinada por el esfuerzo personal, era una vida con
futuro porque el bienestar se convirtió en el objetivo del mundo.
Lo que siguió a la Ilustración fue una serie de revoluciones
sociales, civiles, y políticas realizadas por espíritus emprendedores. En
efecto, a raíz de la revolución comercial que encabezaron los ibéricos, el
incremento de la riqueza dio pauta al desarrollo de la Revolución Industrial
realizada por los ingleses y holandeses. A partir de ese entonces, empezó a
generalizarse la idea de que las sociedades pueden mejorar su nivel de vida. El
hombre civil de las nuevas urbes industriales comenzó a definirse por su carácter
emprendedor asociado al cambio social y al papel que en él juega el sentido
material para encontrar nuevas modalidades que satisfagan sus necesidades tanto
sociales como económicas
La invención de la locomotora marcó un hito en la Revolución
Industrial.
La comprensión de la actitud emprendedora de la sociedad
civil como determinante en el proceso de mejoramiento de la vida fue resultado
de El Renacimiento, la revolución comercial, la Revolución Industrial y la
Ilustración. Este conjunto de movimientos dieron otro papel al individuo en la
sociedad porque, a partir de entonces, él fue el origen del poder y el fin de
la economía. Desde ese tiempo se construyeron conjuntos sociales organizados
cada vez más con base en el conocimiento, no en la creencia, tratando de hacer
crecer el ingreso más que la riqueza, es decir, la producción en vez de la
propiedad, haciendo del bienestar un objetivo tripartito: social, económico y
político. Así se establecieron sistemas basados en principios
jurídicos-sociales de igualdad, en principios económicos de competencia
orientados a la satisfacción del consumidor y en fundamentos políticos
derivados de la idea de que la soberanía, o sea, el poder político, debía
recaer en el pueblo y no en un monarca.
Máquina térmica
Todo este conjunto de cambios transformó la visión de la
vida, particularmente de la idea del poder, porque si este recaía en el pueblo,
entonces el poder que residía en él debería servirle para logar sus objetivos,
de manera que un nuevo conjunto de emprendedores sociales se sumaron a los
emprendedores particulares, la sociedad era principio y fin de la economía y de
la política.
En economía, los hechos eran contundentes: a partir de la
industrialización, la competencia, la reorganización política, la especialización
y la división del trabajo social elevaron la productividad y aumentaron el
intercambio y el bienestar material, el cual ha venido en ascenso desde la
recuperación renacentista; asimismo se desarrolló el conocimiento para el
beneficio material de la sociedad que ha caracterizado el desarrollo mundial
contemporáneo.
Una de las primeras naves impulsadas
por motor.
Manchester ciudad industrial en
el Reino Unido.
2. La cultura en México y la necesidad de una cultura
emprendedora
Historia de la cultura emprendedora en economía
México tiene una sociedad plural, un sistema político
orientado por los valores democráticos y una economía diversa. Sin embargo, la
pluralidad no elimina sus problemas ancestrales de tipo étnico, su vocación
democrática no implica que se hayan establecido sistemas orientados por la
justicia y tendientes a la igualdad, y su economía no está ligada a la
satisfacción del consumidor a través de la competencia. No obstante, a pesar de
todo ello, somos un pueblo que avanza.
Desde viejos tiempos se ha establecido en el país una
creencia acendrada de que nuestro sistema económico carece de una clase
empresarial fuerte, es decir, somos un país capitalista, sin capitalistas, y
tenemos un sistema económico en donde prevalece una aversión al riesgo y un
amor a la ganancia de corto plazo, o a la ganancia segura en el largo plazo.
La historia de nuestro país explica por qué carecemos de una
clase empresarial. En el periodo Colonial fue el comercio y la tierra la fuente
de riqueza e ingreso, y en el siglo XIX casi no varió esta concepción. La
historia, dependiendo del periodo y el dominio de las visiones
historiográficas, interpretó esta situación como persistencia de un sistema
feudal porque faltaba el espíritu emprendedor; las haciendas en el siglo XIX
eran una muestra de las relaciones atrasadas del pasado intrincadas por valores
medievales. Algo había de eso. Los espíritus emprendedores de los
conquistadores como Hernán de Cortés no prevalecieron entre los españoles, sino
que dominaron sus valores relativos a la riqueza comercial
La introducción de valores liberales en la economía y
política fue larguísima, y sus resultados, muy pobres. El Banco de Avío nos
trajo los primeros intentos explícitos de industrialización, pero la idea de un
mercado industrial libre nunca se consolidó; los empresarios subsistieron como
dios les dio a entender en un país caracterizado por la inestabilidad. Juárez y
Porfirio comprendieron la necesidad de transformar la infraestructura de
comunicación para hacer crecer el mercado, liberaron la riqueza en manos
muertas, pero sólo para pasarla a manos muy vivas, sin un sentido de riesgo
asociado al mercado. No había en sí un mercado urbano pujante basado en trabajo
asalariado, entonces las haciendas se organizaron para sí mismas. A finales del
siglo XIX, el mercado urbano apenas emergía, la vida rural era aún el
fundamento de la vida económica. A inicios del siglo XX todo se desgarró en el
movimiento revolucionario. Nuestros emprendedores nuevamente recurrieron a las
armas.
Durante el siglo XX las cosas cambiaron. Los marcos
institucionales ligados al crecimiento demarcaron ámbitos nacionales para la
acción del empresario, se introdujeron valores sociales en la práctica del
gobierno, se expandió la creencia de que un mercado protegido daría pauta al
desarrollo de espíritus emprendedores en la industria y a la creación de un
sistema social de servicios. En parte así sucedió, la economía se modernizó,
las clases empresariales y el gobierno habían formado un nicho de mercado que
propiciaba dinámica social y cambio en las condiciones de bienestar.
Sin embargo, en este periodo los emprendedores regresaron a
sus costumbres de ganancia y seguridad, el sistema les protegía, por lo tanto
no introdujeron valores competitivos a sus actividades, actuaron en sistemas
monopólicos: la protección, no la competencia, garantizó su presencia en el
mercado. El empleo no fue resultado de la expansión de la demanda, en su
conjunción fue la permanencia en el empleo, no el crecimiento de la
productividad, lo que predominó como valor de las empresas; la estabilidad del
negocio, no el cambio de tecnología y conocimiento, era la base de permanencia
en el mercado. Por otra parte, el sistema educativo se enfocó más a estudiar y
comprender la justicia social que la economía, más a la política como carrera
que a la teoría económica, más a analizar la desigualdad que al compromiso de
vincular el conocimiento con la producción y la innovación de los bienes de
capital para la competencia internacional.
El proteccionismo entró en crisis en los años ochenta. Desde
entonces prevalece en el país la necesidad de orientar la formación de
instituciones económicas ligadas a proyectos de largo plazo en todos sus
aspectos. Competencia, formación de capital humano, información, calidad,
competitividad, son nuevas palabras e implican nuevos valores para aquellos que
deseen emprender un cambio en las condiciones de la vida económica nacional.
El poder y la economía en México nunca han estado desvinculados,
y desde los gobiernos de la Revolución, su vínculo se volvió más explícito
mediante información sobre infraestructura, con permisos, con sobornos; el
poder y la economía se articularon en lo que hace no mucho Alan Greenspan,
exdirector del tesoro de los Estados Unidos, denominó un capitalismo de
amigos[8]. El problema es doble porque genera una economía de las influencias,
la cual distorsiona el comportamiento de los agentes, pues éstos toman
decisiones no en base a las condiciones institucionales, sino en las
personales, y éstas no están orientadas por la economía de largo plazo, sino
por el negocio político económico.
Emprendedores y cambio estructural
La realidad de la que partimos para promover el cambio es
aún aterradora porque coexisten las grandes empresas con las pequeñas en
condiciones de asimetría extrema. Las primeras tienen estructuras heterogéneas
en el plano empresarial, pues existen un conjunto que está ligado a la
inversión extranjera prevaleciendo aún condiciones de oligopolio practicadas en
un mercado que les favorece; las segundas enfrentan condiciones cambiantes que
resultan de la falta de oportunidad en las primeras, se trata de pequeños
establecimientos que no generan un elevado valor agregado, contribuyen de
manera mínima al PIB y no reúnen las características apropiadas para obtener
capital, inversiones a largo plazo o capital de riesgo. Nuestro sistema
empresarial no está formado por una economía competitiva orientada al
consumidor y al bienestar.
Comúnmente, la situación antes descrita ha encontrado
explicación en la falta de cultura empresarial. Existen razones para suponer
esto; no obstante, la cultura empresarial no es una causa, sino más bien una
consecuencia. En efecto, la cultura en general, y la empresarial en particular,
son un resultado endógeno de las instituciones e infraestructura en que se
desenvuelve la sociedad. En ese sentido, la naturaleza endógena de la vida
institucional permite, o hace previsible la posibilidad de potenciar
transformando la cultura de los empresarios en el país.
A mi parecer, lo que sucede no sólo en la cultura
empresarial, sino en la sociedad es que no está constituida para basar sus
decisiones económicas en criterios de largo plazo: su economía, como he
planteado, está más relacionada con una visión de negocio de corto plazo, más
imbuida por los valores de seguridad que de riesgo. En otros contextos, la
cultura genera un mayor potencial de crecimiento económico con un comercio
lucrativo porque está inmersa en el establecimiento de instituciones orientada
por el largo plazo. El riesgo afecta los objetivos de la economía al incidir en
la temporalidad de las decisiones económicas. La relación es sencilla, si el
riesgo es alto, la economía se orienta por el corto plazo; si el riesgo es
bajo, las decisiones de largo plazo se realizan con mayor racionalidad. En
nuestra economía el riesgo ha sido grande en las últimas décadas.
El entorno es fundamental, los valores también. En México la
estabilidad es un valor porque se busca, pero no es una constante, al menos
desde los años setentas. La incertidumbre prevaleció en muchos aspectos y
condujo a una toma de decisiones orientada de manera defensiva del patrimonio,
un conjunto de crisis y de inestabilidades acompañaron las transformaciones
estructurales, y éstas mismas han sido siempre insuficientes en profundidad.
Los años setenta no promovieron un espíritu empresarial,
sino uno corporativo de viejo cuño, con un estado interventor a la cabeza. En
los años ochenta la crisis financiera y la inflación exacerbada llevó a un
cambio de ruta en la vida institucional, el Estado no debería aumentar su
actividad económica directa, sino establecer las reglas para que ésta se
desenvolviera en contextos de mayor competencia y orientados a la satisfacción
del consumidor.
Desde entonces, vivimos un proceso de transición en materia
de valores empresariales. A partir de ese tiempo se habla de la necesidad de
una nueva cultura emprendedora orientada a cambiar nuestra aversión al riesgo,
eliminar el individualismo voraz, que tome decisiones económicas en donde
prevalezcan los valores asociados al bien común. Se trata de la construcción de
un sistema institucional nuevo orientado por condiciones de largo plazo en
todos los aspectos que afecten el comportamiento de los agentes económicos y
del propio Estado para lograr el bienestar en lo general.
Esta concepción implica estructurar las instituciones por
normas ligadas a premiar la competencia, no la protección; de interrelacionar
inversión de largo plazo que comprometa valores de calidad y productividad en
la economía, y que introduzca las variaciones tecnológicas por sistema
interrelacionando educación superior con economía, generando así una vocación a
favor del consumidor.
En materia de consumo, el empresario enfrenta a una consumidor
más informado, más racional, pero que aún no introduce en su decisión acciones
intertemporales, es decir, no hace del ahorro un valor, y de la formación
educativa un símbolo orientado por la incidencia en el mundo cotidiano.
Por otra parte, en las instituciones financieras prevalece
un mercado de tipo oligopólico. Éstas parecen perder la conciencia de que su
función es realizar un intercambio de bienes presentes por bienes futuros en un
contexto de certidumbre. Nada es más decepcionante en el sistema que la
renuncia presente de consumo por la incertidumbre a futuros, es decir, de
renunciar al consumo por un ahorro que no garantiza un mejor nivel de consumo
en el porvenir. Ello nos deja la sensación de que, en materia económica, más
vale el aquí y ahora porque mañana, “Dios proveerá”. Pues bien, ésta es la idea
que se requiere cambiar por otra que sostiene que el bienestar social del
futuro depende de nuestra renuncia al presente, renunciar al consumo presente
para incrementar las decisiones de inversión y las oportunidades de negocios,
pero este entorno requiere de una estructura financiera ligada al servicio, no
a la ganancia inmediata.
Este es un entorno que, aunque parece imposible, no lo es.
En materia económica hay cambios fuertes, varios países pasaron de un marco de
economía restringida a otro de economía consolidada (España, Portugal Grecia,
parte de Italia, Chile, China e India). En todos ellos los cambios económicos
han sido acelerados, en todos ellos el sistema orientó la economía a eliminar
la desigualdad, a desarrollar la productividad, a introducir valores
competitivos en marcos económicos abiertos; de alguna manera lo han logrado
implementar una nueva cultura de emprendedores empresariales.
No podemos olvidar que en estas sociedades se establecieron
objetivos precisos y condiciones institucionales apropiadas a su constitución:
en los negocios grandes, la competencia y el cambio tecnológico; en los
negocios chicos, la cooperación, la información, la formación, la identidad
productiva y la creatividad y en las instituciones financieras
interrelacionando los resultados de cooperación y cambio tecnológico en la base
de sus decisiones intertemporales que aumentan la certeza de bienestar general.
Es en este contexto en donde el espíritu emprendedor hace
falta, es ahí en donde se debe idear la forma de satisfacer necesidades, para
ello se requiere contar con un sistema de opciones informativas, tecnologías,
sistemas organizativos, que aumentan la credibilidad sobre el futuro. Éste es
el contexto más apropiado para convertir una idea en realidad, ésta es la
esencia de todo emprendedor: la capacidad para buscar oportunidades, elaborar
proyectos y analizar los insumos indispensable para llevarlos a cabo. La clave
de su éxito radica en encontrar la vinculación más adecuada entre tiempo y
oportunidad, de manera que la obtención de recursos para ser un agente
satisfactor de necesidades se realice con menor incertidumbre.
Pues bien, regresando a la cultura diremos esto: la cultura
en sí da seguridad, favorece el cambio, genera compromiso colectivo. El
espíritu emprendedor no es otra cosa que la existencia del espíritu burgués,
del espíritu capitalista, es otro nombre para lo que en México se conoce como
iniciativa privada. Es pues, una idea que sostiene que, en materia de
desarrollo personal, debe uno buscar sus cualidades, no las influencias, y que
las posibilidades reales para la vida personal en no tengan como fundamento
institucional el absurdo. Por lo tanto, se requieren gobiernos que no impongan
normatividades absurdas, cargas fiscales y laborales desproporcionadas, las
cuales propician la ilegalidad y la evasión y convierten a los agentes en presa
de los políticos.
Actualmente los negocios no son sólo, o quizá nunca,
resultado de un optimismo desmedido que genera falsas expectativas, sino de un
concepto de organización y cooperación, que requiere de infraestructura y
habilidades que amplíen la ventaja competitiva para enfrentar de manera
correcta el riesgo.
3. La cultura como fundamento de una economía turística
La cultura como mercancía
Por lo general la cultura y el arte son tratados en los
mercados como si fueran bienes o servicios suntuarios, y lo son. Precisamente
por ello, a su alrededor puede generarse una economía boyante. Aunque en muchos
medios se considera que estudiar carreras culturales no es propio para personas
sin recursos, jóvenes que requieren mediante una licenciatura adquirir
habilidades para ganarse la vida, esta presunción es incorrecta. Lo que sucede
es que, alrededor de la cultura y el arte, los aspectos comerciales de dichas
profesiones están poco desarrollados, en consecuencia, las carreras vinculadas
a ellas se miran de soslayo a pesar de que la cultura en sí es generadora de
mercancías o servicios, y puede llegar a ser una actividad altamente rentable.
El arte se ha constituido en el símbolo de los testimonios
culturales del hombre, porque es la manifestación sublime de su forma de
concebir la realidad plasmada en la arquitectura, la pintura, la literatura,
incluida la poesía, la cerámica, etcétera. De esta manifestación simbólica
recuperamos tanto la concepción del mundo como su expresión cotidiana. Por
ello, el arte es otra de las demostraciones abiertas del carácter emprendedor
de las sociedades.
La cultura es una mercancía en tanto es demandada por una
población debido a diferentes motivos: aumenta la confianza personal o regional
con respecto a los motivos ontológicos de la existencia colectiva, genera
satisfacción cognitiva, propicia soluciones existenciales, genera objetos que
da satisfacción contemplarlos y, en ese sentido, se puede comerciar porque
constituye un ajuar para que sean ofrecidos un conjunto de bienes que se basan
en ella.
La historia nos muestra en su larga travesía que toda
manifestación cultural de los pueblos que deviene de su concepción artística es
global, aunque no todas alcancen una dimensión universal. México es un país
donde la expresión cultural tiene un alcance mundial porque cuenta con un
legado ancestral de los pobladores de las diferentes altitudes de la región
denominada Mesoamérica, conservando aún ciudades edificadas por los mayas, los
teotihuacanos, los mixtecos y otros más, además, cuenta con un número
importante de ciudades coloniales reconocidas por arquitectura, particularmente
la de estilo barroco, y por sus productos artesanales; finalmente, también ha
logrado una reputación mundial por sus modernos diseños arquitectónicos y
pinturas monumentales.
Teotihuacan
Catedral de Puebla de los Ángeles
El mercado cultural
El mercado cultural está por construirse y demanda de
esfuerzos colectivos que van desde diseños, mercadeo artesanal calificado,
cocina con estándares de calidad, servicios turísticos profesionales
relacionados con la existencia de museos y eventos culturales que complementen
la satisfacción de los flujos turísticos. Los mercados culturales dependen de
la demanda donde las corrientes internacionales son importantes, si la demanda
internacional es preponderante, entonces los bienes culturales son parte importante
del recorrido turístico, el cual engloba al marketing, a la gastronomía, a las
artes gráficas, a las artes escénicas, a las industrias editorial, audiovisual,
a las nuevas tecnologías y al patrimonio.
Palacio de las inscripciones en Palenque, Chiapas
En México muy pocas empresas se dedican a la industria de
bienes culturales. Emprender la tarea de construirla requiere de integrar un
espíritu de cuerpo, un cluster cultural que se constituya a partir del concepto
de cultura mexicana. Esta es una oferta que debe estar orientada a las
corrientes turísticas ya existentes, es un motivo adicional de viaje que
incrementa el gasto medio del turismo y puede lograrse haciendo de la cultura
una visión del mundo que nos rodea y brindarlo al turismo.
Pirámide de los Nichos en El Tajín
Trabajar en favor de una economía de la cultura implica
vencer la creencia irreal de que hacer negocios consiste en trabajar poco y
ganar mucho. Ésta es una creencia ancestral alejada de la cultura del trabajo.
Para hacer de la cultura un generador de mercados debemos incrementar nuestra
seguridad individual; esto es lo que hace precisamente la cultura cuando no es
un pretexto o un adorno regional, sino se constituye en un concepto alrededor
del cual se organiza la vida.
Al respecto, se puede activar la existencia de museos,
recorridos turísticos, bienes artesanales, souvenirs, además de economías
culinarias, vestimentas, etcétera. Para lograr esto, la cultura debe
constituirse en un conjunto de símbolos y objetos que le sean distintivos y se
diseñen para satisfacer el gusto de sus demandantes.
Con respecto a las instituciones que propicien el éxito de
los emprendedores, se requiere de una ciudad segura con capacidad de servicio a
terceros, para que, en la medida en que la oferta se amplíe imponiendo un
estilo de hacer las cosas, se genere una noción colectiva de que las acciones
pueden hacerse con honestidad, con orden y sin violar la ley. Para ello debe
conseguirse que los mercados turísticos sean desarrollados en todos sus
potencialidades. La cultura mexicana es parte de nuestra realidad, y, sin
embargo, no es parte de nuestro desarrollo.